domingo, 28 de junio de 2009


* Te contaré un cuento:

Borlita

Érase una vez una oveja llamada Borlita que vivía feliz en el redil con otras ovejas. Todos los días salían juntas a pasear y a pastar por el prado. Esa era su vida. Todas eran iguales y así eran felices.

Un día todo cambió: su amo decidió ponerle un collar con una campanita dorada. Borlita no sabía para qué era eso. No quería darle importancia, pero desde el primer momento todas sus compañeras empezaron a pasar en silencio por delante de ella para mirar su nuevo aspecto. De vez en cuando la miraban de reojo, incluso se reían a escondidas…

Aunque nuestra ovejita seguía siendo la misma, poco a poco se dio cuenta de que sus compañeras murmuraban a su espalda:
-¡mira qué presumida!
-¡se cree más guapa que nosotras! decían las más envidiosas.

La verdad es que Borlita se veía muy favorecida con ese collar dorado que tanto brillaba con el sol, pero sus amigas no querían reconocerlo: “qué ridícula se ve así”

Para colmo cada vez que se movía, la campanita sonaba irremediablemente. Entonces ellas la criticaban todavía más:
¡lo hace a propósito! ¡quiere hacerse la importante! ¡le gusta llamar la atención!

Pasados unos días la pobre Borlita se dio cuenta de que las cosas habían cambiado. Estaba sola. Ya nadie conversaba con ella. Sin embargo el resto de las ovejas le echaban la culpa: “es ella que desde que tiene collar se considera mejor que nosotras”

El tiempo pasó y Borlita se acostumbró a su nueva vida con la campanilla:

Como sus compañeras ya no conversaban con ella, le sobraba tiempo para hacer cosas más interesantes.

Ya que su campanilla sonaba sin cesar, aprendió a moverse con salero para que sonara como una musiquilla preciosa.

Además buscó nuevas amistades: los pájaros que le enseñaron qué es la libertad, las flores de las que aprendió qué es la alegría, las nubes que han visto muchas cosas desde tan alto, las estrellas que todo lo observan… hasta aprendió a escuchar al viento silbando desde lejos.

Entonces se dio cuenta de que todo esto es, realmente, lo que la había convertido en una oveja diferente a todas las del redil y no el collar con la campanilla.

Y se sintió bien.

Se sintió feliz por ser diferente.

Quiso seguir siendo diferente.